- Cura y sana: Curación de dos ciegos
Mt 9, 27-31
Cuando Jesús salía de Cafarnaúm, lo siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les preguntó: «¿Creen que puedo hacerlo?» Ellos le contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Que se haga en ustedes conforme a su fe». Y se les abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Que nadie lo sepa!» Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella región.
Dos ciegos van corriendo a trompicones hasta que agotados alcanzan a Jesús. Pero el maestro parece no darse cuenta de su estado. Les pregunta: " Creéis que puedo curaros..." ¿ No habrían demostrado ya su fe corriendo a ciegas, y aún clamando su misericordia en el camino?. Jesús quiero provocar en ellos una adhesión plena porque eran hombres iluminados por la fe.
Para ellos, recuperar su vista física será consecuencia de esa otra visión, más necesaria y profunda: su fe.
La fe que estos hombres tenían no les ahorró ningún esfuerzo, ninguna dificultad a la hora de alcanzar a Jesús. Es verdad que gracias a la fe nuestra vida crece y se "ilumina", sin embargo, ni siquiera tener fe significa automáticamente poseer un conocimiento cierto, o una seguridad completa. Porque la fe solo es autentica cuando se conquista paso a paso, entre caídas y temblores, entre oscuridades y gritos de auxilio.
EL VERDADERO MILAGRO ES INVISIBLE Y ESTÁ EN EL INTERIOR DE CADA HOMBRE QUE CREE.
- Perdona, es inclusico,defiende la igualdad: La mujer pecadora y la misericordia de Dios
Lc 7, 36-50
Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al sabes que estaba comiendo Jesús en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: "Si éste fuera profeta, sabría quién y de qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora."
Jesús le respondió: " Simón, tengo algo que decirte". Él dijo: " Di, mestro."
Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos ¿Quién de ellos le amará más?
Respondió Simón: " Supongo que a aquel que perdonó más." Él le dijo: " Has juzgado bien", y volviendose hacia la mujer, dijo a Simón: " ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra" Y le dijo a ella: " Tus pecados quedan perdonados."
Los comensales empezaron a decirse entre sí:" ¿ Quién es éste que hasta perdona los pecados?"
Pero él dijo a la mujer: " Tu fe te ha salvado. Vete en paz".
La clave de esta parábola está en la pregunta de Jesús: " ¿ Quién lo amará más?"
Jesús, que es el acreedor que tiene dos deudores, la pecadora y Simón, puntualiza el modo distinto de saldar su deuda el uno y el otro, oponiendo la actitud amorosa, ardiente de la pecadora a la remisa del fariseo, y deduce que, habiendo demostrado mayor amor la mujer, es de suponer que fuera como consecuencia de habérsele perdonado una deuda asimismo mayor. Poco ama, en cambio, aquel a quién poco se le perdona.
El mensaje de la parábola se puede sintetizar así: no se mide la situación real de un hombre frente a Dios, solamente por los pecados( muchos o pocos) que haya cometido. Hay mucha gente que no peca nunca o casi nunca, al menos espectacularmente, y que permanece toda la vida en la tibieza o en la pobreza del amor de Dios. Por el contrario, los amantes apasionados de Dios, se hallan con frecuencia entre los viejos pecadores.
La mujer reconoce ante todo que es una pecadora. Esas lágrimas que derrama son realmente sinceras y demuestran todo el dolor que aquella mujer experimentaba tras una vida de pecado, alejada de Dios, vacía. Hay lágrimas físicas y también morales. Todas valen para reconocer que nos duele ofender a Dios, vivir alejados de Él. A ella no le importaba el comentario de los demás. Quería resarcir su vida, y había encontrado en aquel hombre la posibilidad de la vuelta a un Dios de amor, de perdón, de misericordia. Por eso está ahí, haciendo lo más difícil: reconocerse infeliz y necesitada de perdón.
Cristo, que lee el pensamiento, como lo demostró al hablar con Simón el fariseo, toca en el corazón de aquella mujer todo el dolor de sus pecados por un lado, y todo el amor que quiere salir de ella, por otro. Todo está así preparado para el re-encuentro con Dios. Se pone decididamente de su parte. Reconoce que ella ha pecado mucho (debía quinientos denarios). Pero también afirma que el amor es mucho mayor el mismo pecado. “Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”. Se realiza así aquella promesa divina: “Dónde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia”. El corazón de aquella mujer queda trasformado por el amor de Dios. Es una criatura nueva, salvada, limpia, pura.
La misericordia divina le impone un camino: “Vete en paz”. Es algo así como: “Abandona ese camino de desesperación, de tristeza, de sufrimiento”. Coge ese otro derrotero de la alegría, de la ilusión, de la paz que sólo encontrarás en la casa de tu Padre Dios. No sabemos nada de esta pecadora anónima. No sabemos si siguió a Cristo dentro del grupo de las mujeres o qué fue de ella. Pero estamos seguros de que a partir de aquel día su vida cambio definitivamente.
La constatación de nuestras miserias, a veces reiteradas, nunca deben convertirse en desconfianza hacia Dios. Más aún, nuestras miserias deben convencernos de que la victoria sobre las mismas no es obra fundamentalmente nuestra sino de la gracia divina. Sólo no podemos. Es a Dios a quien debemos pedirle que nos salve, que nos cure, que nos redima. Si Dios no hace crecer la planta es inútil todo esfuerzo humano.
SOMOS HIJOS DEL PECADO DESDE NUESTRA JUVENTUD.
- Se rodea de marginados: La mujer adultera
Jn 8, 1-12
Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».
El pasaje evangélico que nos presenta a Jesús, a la mujer adúltera y a los fariseos nos ayuda a contemplar el rostro amoroso y misericordioso de Cristo. A los escribas y fariseos, que eran considerados los grandes sabios, maestros y doctores de la ley, no les gusta ver que la gente siga y escuche a otro Maestro. Jesús va cumpliendo su obra de predicación y la gente lo escucha, porque saben que enseña con autoridad y, sobre todo, con su ejemplo.
Todos nosotros somos conscientes de nuestra debilidad y de la facilidad con la que caemos en le pecado sin la gracia de Dios. Cristo nos hace ver que sólo Él puede juzgar los corazones de los hombres. Por ello, los que querían apedrear a la adúltera se van retirando, uno a uno, con la certeza de que todos mereceríamos el mismo castigo si Dios fuera únicamente justicia. La respuesta que da a los fariseos nos enseña que Dios aborrece el pecado pero ama hasta el extremo al pecador. Así es como Dios se revela infinitamente justo y misericordioso.
Al final del evangelio vemos que Cristo perdona los pecados de esta mujer y a la vez le exhorta a una conversión de vida.
- Es libre en su modo de actuar: El hombre de la mano atrofiada
Mc 3, 1-6
Jesús encontró su camino y entró en la sinagoga de la ciudad. Había allí un hombre que tenía la mano atrofiada, y los que estaban buscando un motivo para acusar a Jesús le preguntaron: "¿ Está permitido curar en festivo?"
Jesús les contesto: " ¿ Quién de vosotros, si tiene una sola oveja y se le cae aun pozo en día de festivo, no irá a rescatarla? Pues un hombre vale mucho más que una oveja. ¡ De modo que está permitido en día festivo hacer el bien!
Entonces dijo al enfermo: " Extiende tu mano".
El la extendió y le quedó sana, como la otra.
Sin embargo, los fariseos, al salir, se reunieron para estudiar el modo de matar a Jesús.
Cristo no ha venido para abolir la antigua ley, sino a darle plenitud. Este pasaje lo deja en evidencia. Los fariseos se molestan porque Cristo hace algo prohibido por la ley. Y Cristo pone de relieve que lo más importante es hacer el bien; en este caso, salvar una vida.
Nada del otro mundo; No se nos imponen dolorosos sacrificios, ni numerosas prohibiciones o rezos... Se nos pide ser coherentes con la fe que profesamos. Y sobre todo, vivir con amor.
Esta es la plenitud de la ley: el amor. El amor vale mucho más que el frío cumplimiento de una norma o regla de vida. Por eso, aunque lo que hagamos sean pequeñas cosas, éstas se ven engrandecidas, agigantadas por el amor.
Nosotros que ya le conocemos podemos concluir que la mejor manera de agradar a Dios y de provocarle la más gozosa alegría es cumplir la ley con amor. Estas no se contraponen. No se trata de elegir una de las dos: o cumplo o amo. Mejor cumplir y amar.